La nada de las calles.



Ella salía, sí lo hacía constantemente pero algo distinto le ocurría a las calles, a la gente, a su vana realidad. Iba a donde quería y hacía lo que a ella le antojase pero algo pasaba, algo no la llenaba, algo en ella destapaba el vacío y no lo llenaba de aire, algo no estaba como debería estar. Sí, durante la semana ella se entregaba a sus quehaceres, con responsable esmero intentaba darle valor a su presente y esperanzas a su futuro pero, al llegar el fin de semana, ella se arrojaba a la noche e intentaba desesperadamente llenar el vacío con gente, con sonrisas, con discusiones absurdas y conversaciones “intelectuales”; ella intentaba darle vida a la vida, darle sazón al almizcle de la noche, pero tanto le echaba esencias que la sopa quedaba atosigada y empalagosa.

¿Qué carajos le ocurría? Todo siempre estaba bien, tanto así que su búsqueda era por encontrar el caos que le hiciese recordar que aún estaba montada en el tren de la vida y no se había quedado atascada en lo monótono del “buen vivir”. Pero ella no encontraba salida, no sabía qué hacer ante su vacío.

Salía a la calle y todo le desesperaba, le exasperaba sobremanera que todos promulgasen saberes que no tenían, que se llenases la boca de palabras rimbombantes y ostentosas que ni siquiera conocían. Sí, no es que ella dijese que de todo conocía pero al menos, solo hablaba de lo poco que tenía idea y de lo demás prefería callar y aprender, pero el resto de estúpidos seguían blasfemando incoherencias, pretendían solucionar el mundo con las mismas tres palabras de un léxico rebuscado en wikipedia o visto en viñetas de facebook.

Ella estaba afuera, en la calle, arrojada al mundo, con dos copas de licor en la mano y la vida le sabía a mierda; le sabía a mierda porque si se quedaba confinada en su habitación se desesperaba, le aturdía el silencio y deseaba la muerte en el acto pero si salía, se daba cuenta de lo estúpido que era todo, de la ausencia de esperanzas, de la desazón, del desasosiego constante. Ella no sabía qué hacer, no sabía a dónde pegar, no sabía dónde meterse. Nada le sabía bien, nada de nada, de hecho, ella creía que estaba compuesta de una nada tan grande que el espacio para un algo quedaba totalmente ocupado. Por eso, ella buscaba darle a esa nada sentido, buscaba caos, buscaba angustia… Cortinas de humo para darle una apariencia más próspera a su fatal realidad: La vida no le sabía a nada y no tenía tampoco la capacidad de hacer algo al respecto.

Sonreír es tan falso, decir sentirse bien es tan sencillo, querer todo esto, querer lo construido, querer lo que se hizo no es tan sencillo. Creerse el cuento no es nada fácil, no es fácil arrojarse a una alegría real, no es fácil no ver la contraparte de la moneda, no es fácil no entregarse a la angustia de vivir, de saber que esta cosa no para, de la incapacidad de parar el mundo para bajarse y dejar de contar el cuento. No es fácil, no es fácil tenerlo todo y no sentirse lleno con nada, no es fácil sentir un vacío sin sentido, un no-sé-qué opresor que daña todo los tejidos internos, que carcome las entrañas, que despedaza los días.

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