El "hubiese podido ser" I parte.



El tiempo siempre nos ha embelesado, encanta, maravilla, inquieta, preocupa, horroriza y estremece. Nos aterroriza lo que será, pero al mismo tiempo nos llama; somos en un ahora, pero continuamente referenciamos el ayer. El tiempo nos aplasta. No podemos parar el torrente del tiempo y el agua sigue corriendo, crea camino y rompe montañas sin poderse detener. Empezó y sigue y no hay manera de dar vuelta o de contener. Pensar en la posibilidad de cambiar lo que fue y crear un nuevo mañana provoca suspiros, congojas y la impotencia de no poder hacer del pasado un nuevo presente más que el que ya es.

Es un hecho, fácticamente podemos distinguir tres tiempos, redundante nombrarlo tal vez, pasado, presente y futuro. Lo que se fue, lo que se es en acto y la potencialidad del ser. Todo se conjuga en un yo que se adentra en el tiempo y que se identifica en esa aparente linealidad. Sabemos quiénes somos y nos podemos distinguir en el paso de los años- creamos una aparente identidad en el devenir de los días y, a pesar del cambio, afirmamos ser nosotros mismos así el espejo revele rostros diferentes. Evidentemente, hay algo que se fue que demarca lo que se es y antecede lo que se será y claro, hay alguien que vive ese cambio en los tiempos, esa linealidad del transcurrir de los días, ese ser trascendental que es transversal a las conocidas tres partes del tiempo. Hay un yo que vive el tiempo, sea lo que sea que represente ese yo. Puedo distinguir, entonces, que hay algo que fui, algo que estoy siendo y algo que seré. Sin embargo, creo, hay un tiempo que se escapa, un tiempo que no existió, pero que se trae al presente como si hubiese sido; un tiempo muerto, pero latente: “el hubiese podido ser”. ¿Qué hay de ese tiempo difuso, diluido en las capas del tiempo, pero presente en la posibilidad? ¿Cómo se podría llamar a ese tiempo que no es, pero que existe en el recuerdo como algo que pudo haber sido y no es? La posibilidad nunca se ha contado como tiempo.

¿Qué pasa cuando se toma un camino y se renuncia a las múltiples posibilidades de tomar otro? Se crea un tiempo inexistente, un tiempo de la infinita posibilidad, de las decisiones no tomadas; se hace un camino de lo posible, de lo que “hubiese podido ser”, de todas las posibilidades perdidas por la posibilidad tomada. Cada decisión implica una renuncia, cada senda tomada implica una pérdida, por cada paso que se da se dejan de tomar infinitos más que generan infinitas posibilidades de mundo que no fueron. Pero entonces, ¿qué pasa con esa infinidad de posibilidades no tomadas? ¿Qué pasa con ese tiempo que, si bien no es, ni en acto ni en potencia, se piensa y se recrea como si hubiese tenido un verdadero lugar en la linealidad del tiempo? “El hubiese podido ser” angustia por su presencia perenne dentro del recuerdo como algo que fue posible. El tiempo y su inexorable yugo nos obliga a tomar decisiones, a escoger, incluso, no tomar una decisión es ya una decisión de no tomar una, lo cual implica la renuncia a la otra posibilidad de decisión.

Cuando sucede esto, cuando se abandona una posibilidad por otra, se crea todo un campo imaginario en el tiempo que se recrea en la memoria y se trae como un recuerdo casi palpable como si hubiese sido un hecho. ¿Qué hubiese pasado sí…? ¿Qué sería de mi vida si yo…? ¿Qué estaría haciendo ahora si en tal momento yo…? Y todos esos verbos conjugados en el condicional aterran porque fueron posibles, porque se materializan, porque esa posibilidad genera infinitos caminos más de posibilidades. El tiempo en condicional aterra porque yo fui quien hice que ese tiempo no fuese real, porque fue enteramente mi responsabilidad que ese tiempo muriera y nunca fuese presente.

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