Entradas

Desgracia de Coetzee

Durante largos meses abandoné la literatura. Soy estudiante de maestría en filosofía y, en una búsqueda desesperada por encontrar insumos para mi tesis, decidí dejar a un lado la literatura y me dediqué únicamente a escudriñar en Husserl. La vida se tornaba un tanto tediosa. Sin embargo, no sabía con qué libro romper mi abstinencia literaria. Soy una compradora compulsiva de libros. Compro 10, leo 1, me desespero; compro otros 10, leo 1 y allí ya quedo con 18 sin leer. Iba a tomar los libros olvidados de mi biblioteca, pero decidí no hacerlo. Escudriñando en una librería en Cali que me gusta mucho, llamada Libertienda, encontré un título que llamó mi atención: “Desgracia”. Cuánta fuerza en una sola palabra. Es contundente. En sí misma la palabra impacta. Dolor, pena, sufrimiento, infelicidad, mala suerte; desgracia. Le escribí a un amigo que siempre me hace buenas sugerencias literarias y me recomendó con mucho ímpetu su lectura. Me dijo que era de Coetzee, un escritor Sudrafricano

Un inicio...

El ocio siempre ha sido condenado. ¡Utiliza tu tiempo! ¡Rinde! ¡Sé productivo! ¡Haz esto o aquello! La vida se mueve ahora en función de la utilidad mercantil. Si no hacés con tu tiempo algo que produzca dinero, lo estás perdiendo. Sin embargo, lo que escogí como profesión necesita de ocio, de tiempo, de “inutilidad” en una sociedad capitalista que solo piensa en producir. “Desperdicio” mi tiempo en libros, en series, en películas, en contemplación, en letras. ¿Cómo hacer de esa “pérdida” algo útil? Muchas maneras puede haber; hacer filosofía, por ejemplo... Pero ese ideal se cae por mi ausencia de tiempo, porque debo ser “productiva” para poder pagar mis estudios y eso suprime de mi día a día los momentos de reflexión. No obstante procrastino y lo hago mucho. Le quito tiempo a aquello que se supone debo hacer con dibujos, letras, libros y muchas series. Estas últimas no me parecen triviales; hay un análisis filosófico profundo que se puede hacer a las series y más en el auge que se

Comentario a la "advertencia" de Montaigne en sus ensayos

Cali, Febrero 8 del 2017 Paola Andrea Fernández Zapata Estudiante de maestría en filosofía. Universidad del Valle. Seminario de pregrado y posgrado: Los Ensayos de Montaigne y la pintura de sí. AL PROFESOR ¿Cómo comentar filosóficamente algo? Más aún ¿Cómo comentar filosóficamente a alguien? Comentar implica hablar, dialogar, decirle algo a alguien, a un extraño, a un amigo, a un ajeno, a unas letras escritas hace 437 años, o ayer, o hace mil años; algo, lo que sea, con o sin sentido, con o sin propósito; pero, en sí mismo, comentar implica hablar. Hablar por escrito, hablar oralmente, pero hablar, dialogar, entablar a un otro con el cual conversar. Pero ¿comentar filosóficamente? ¿Implicaría hablar críticamente? ¿O, tal vez, acudir a la teoría de grandes filósofos para hablar con ‘propiedad’? ¿Propiedad de qué? ¿Del conocimiento que, en sí mismo, es de otro?; ¿o será que comentar filosóficamente es una exposición rigurosa, una exégesis, de una lectura concienzuda? ¿Y ahí d

Foránea de mí

Me siento foránea en mi vida. Y con todo, hago parte. Me leo como otra, pero soy protagonista. Quiero algo, pero no sé qué. Ahí reside la inconmensurabilidad de mi deseo y lo impotente de mi acción. Camino, ando, lucho, leo, lloro, discuto, doy vueltas en círculos y retomo la carrera, pero no hay destino, no hay propósito y la empresa se vuelve tanto loable como carente de sentido. Sé que no soy la única. Quizá no todos se sientan así, pero sí muchos. Pero este sinsabor es mío, este sinsentido me pertenece, es lo único que sé que existe y que dibuja mi realidad. Jamás me he sentido plena; me acongoja, pero me satisface, ¿qué pasaría si me sintiese completa? ¡Moriría! Lo que se detiene muere, pierde color, se marchita. Todo fluye, bien lo dijo el oscuro Heráclito. Pero me da miedo el movimiento y me aterra la quietud, ¿qué hago si no me quiero mover, pero tampoco quiero permanecer? Tengo una fijación patológica en la repetición del caos. No me siento completa en la plenitud y

Diarios de viaje: Cali, Colombia - Montañita enero 2017

Este post tiene como fin ser un canal comunicativo que ayude a otros viajeros a hacer un plan de viaje y a hacerse una idea de los precios. Viajé con mi novio y cuando nos preparábamos buscamos como locos información para saber cómo llegar y cuánto íbamos a gastar, pero no encontrábamos o la poca que hallábamos era viejísima y los precios habían variado. Por eso realizamos estos posts, esperamos hacer muchos como estos, ¡llenar de sellos el pasaporte! Conocer, aprender, hablar, nutrir mi alma y ayudar a otros a que se dispongan a hacerlo. Viajar solo requiere un poco de ahorros y salir a tomar el bus. No dejen que la cotidianidad de los días y el tedio del trabajo los mantenga absortos y no los deje salir a conocer. Los mejores y más valiosos conocimientos, más que en la academia, se dan en la interacción con diferentes culturas, en el asombro de paisajes inhóspitos y hermosos, ¡en salir y vivir! Bueno, dejando a un lado la retórica la ruta fue así: Nosotros primero paramos en Pa

El "hubiese podido ser" I parte.

El tiempo siempre nos ha embelesado, encanta, maravilla, inquieta, preocupa, horroriza y estremece. Nos aterroriza lo que será, pero al mismo tiempo nos llama; somos en un ahora, pero continuamente referenciamos el ayer. El tiempo nos aplasta. No podemos parar el torrente del tiempo y el agua sigue corriendo, crea camino y rompe montañas sin poderse detener. Empezó y sigue y no hay manera de dar vuelta o de contener. Pensar en la posibilidad de cambiar lo que fue y crear un nuevo mañana provoca suspiros, congojas y la impotencia de no poder hacer del pasado un nuevo presente más que el que ya es. Es un hecho, fácticamente podemos distinguir tres tiempos, redundante nombrarlo tal vez, pasado, presente y futuro. Lo que se fue, lo que se es en acto y la potencialidad del ser. Todo se conjuga en un yo que se adentra en el tiempo y que se identifica en esa aparente linealidad. Sabemos quiénes somos y nos podemos distinguir en el paso de los años- creamos una aparente identidad en el

He aquí la soledad

Acabé mi carrera. Sí, ocho semestres de formación filosófica pasaron y, si bien no me siento filósofa, un cartón dirá lo contrario. He finalizado mi primer proceso académico. Tengo miedo. Estoy finalizando mi primera y adolescente relación sentimental con la academia. Es un periodo de transición, de cambio. Eso es lo que me asusta, el cambio. Siempre lo he pensado, tengo una fijación patológica por la conservación del pasado, me asusta empezar, me asusta rehacer, me asusta encontrarme con alguno nuevo sobre mí, me asusta crearme todos los días y no ser la Paola de ayer. Es inexorable, lo sé. Ha pasado tanto en tan poco que no creo poder encontrarme de la misma manera ante el espejo. Han sido meses difíciles. He aprendido el valor de mi compañía a punta de desencuentros, desamor y angustia. He aprendido, y no como una dulce enseñanza sino como una cruda imposición, qué es estar sin la compañía del otro, qué es asumirse en el mundo. Sentí miedo y, claro, aún lo siento; pero ya aprendí,