Foránea de mí



Me siento foránea en mi vida. Y con todo, hago parte. Me leo como otra, pero soy protagonista. Quiero algo, pero no sé qué. Ahí reside la inconmensurabilidad de mi deseo y lo impotente de mi acción. Camino, ando, lucho, leo, lloro, discuto, doy vueltas en círculos y retomo la carrera, pero no hay destino, no hay propósito y la empresa se vuelve tanto loable como carente de sentido. Sé que no soy la única. Quizá no todos se sientan así, pero sí muchos. Pero este sinsabor es mío, este sinsentido me pertenece, es lo único que sé que existe y que dibuja mi realidad.

Jamás me he sentido plena; me acongoja, pero me satisface, ¿qué pasaría si me sintiese completa? ¡Moriría! Lo que se detiene muere, pierde color, se marchita. Todo fluye, bien lo dijo el oscuro Heráclito. Pero me da miedo el movimiento y me aterra la quietud, ¿qué hago si no me quiero mover, pero tampoco quiero permanecer?

Tengo una fijación patológica en la repetición del caos. No me siento completa en la plenitud y me siento vacía en el movimiento. ¿Qué hacer ante lo incierto de la indeterminación? Siento que debería encontrar un polo del cual aferrarme, creer en algo fielmente, ser la misma todos los días, tomar decisiones, crecer; “¡madurá, Paola!” lo he escuchado en muchos tonos, bajo muchos rostros y en muchos momentos. Pero quizá no quiero hacerlo. No quiero asumirme y por eso me aterra crecer, ser responsable de mí, de mis acciones, de mi desvarío.

O quizá exagero y no soy todo lo que de mí creo. Quizá soy tan solo una niña, sí, efectivamente una niña, pero sin profundidad ni gracia, tal vez sí perdida, pero en su necesidad de llamar la atención, en su supuesto tormento. O quizá me inventé mi caos y ahora es real. ¿Acaso lo fáctico es únicamente lo vivido empíricamente? Yo vivo como real mi angustia, así no exista, así no sea, así venga en las noches, se despierte en la mañana, se deshaga en la tarde y se pierda en compañía. Por eso necesito la compañía, para olvidar la angustia que me autoimpuse como real.

Mi angustia no tiene nombre, no tiene rostro y no tiene motivo. Ahí reside lo verdaderamente angustioso de mi angustia: no es, no existe; pero es latente y la siento aquí, adentro mío, siempre.

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