La vida de la humanidad está repleta de mañanas.
Vuelve y juega. Otra efeméride une a la humanidad entera entorno a un no-sé-qué aparentemente alegre ¿por qué pensar en la finalización del año como un final y un comienzo? ¿por qué pensarse en esta época como un fénix que renace, que se genera del fuego y toma ímpetu con su vuelo? No es así, que hoy sea el último día del año y mañana el primero no significa que hoy se acaben los problemas y mañana empiece la tan anhelada vida nueva, ese caminito quimérico hacia la felicidad. No es así, no se deshacen los percances con un final aparente. No obstante, me uno a esa masa amorfa repleta de esperanzas y exorcizada de miedos. Creo, que más que pensar en un final para un nuevo comienzo, esta época es una excusa para el recuerdo, para la melancolía, la nostalgia, las sonrisas fundadas e infundadas. En esta vuelta de sol he aprendido sobremanera, aprendí (por enésima vez) que los errores pasan una cuenta de cobro extensa, que no se paga de contado, que se descuenta a cuotas de la cuenta de