Segunda parte "novela"

Cayó el agua sobre mi cuerpo y me destemplo hasta las pestañas. Quería sentir un choque fuerte que me hiciese encontrar un estado parejito más era imposible, tenía un pandemónium en la cabeza, un hervidero de sensaciones, un tsunami de emociones, desprecio, amor, odio, ilusión, decepción, quería que todo se lo llevase el agua, descendiera al sifón, se fuese por la alcantarilla y que el olor fétido del pasado la diluyese para siempre.

Salí de la casa pensando en ella ¿dónde andaría ahora aquella ave de vuelo insaciable? ¿Regresaría algún día? Ella se iba a cada instante, iba y venía como péndulo, yo la entendía, la comprendía y la apoyaba. Yo era como ella a diferencia que yo la amaba a ella, y ella sólo amaba la vida.

Me vestí cansada y lentamente, salí del baño, sentí como se contraían mis músculos, pero hice caso omiso al dolor de mi cuerpo proveniente de una buena noche y me dirigí hacia la puerta, la abrí, miré la calle como si fuese la primera vez que salía de mi casa, como si fuese un recluso que acaban de liberar cerré el portón de la entrada, me abrazó con ira el frío de la madrugada, me golpeó el rostro sin piedad, yo avancé hacia la realidad, mi mayor oponente a lo largo de mi existencia y lo hice sin temor, me dispuse y me llené de una alegría que no tenía, cometí idioteces tales como sonreírle a la gente, recibiendo a cambio gestos de desaprobación y de temor a un posible hurto, ese cuento que si uno sonríe recibe a cambio otra sonrisa sólo sucede en “los cuentos de los hermanos Grimm”, ese programa del cual uno se aferra y se embelesa sólo porque en las mañanas de los fines de semana la vida sabe a mierda.

Seguí caminando y mientras iba en ese andar intermitente, rápido, lento, descuidado cavilaba en mis pensamientos, -nos parecíamos tanto y al mismo tiempo éramos tan ajenos, “ahgs” grité inconscientemente, un morboso frenó su paso acelerado, el curso a su destino sólo por enfocar su mirada en mi a ver qué sucedía, guardé silencio, seguí caminando, seguí pensando –te regalo mi pasado si es que tanto te empeñas en hacer parte de él- e intenté divagar en otras cuestiones y dejar de bautizar mis problemas con su nombre.

Ingresé al primer sitio que vi abierto, un minimarket con un solo foco de luz blanca dañado que le daba al aspecto del lugar un tinte macabro, como en esas películas de terror o suspenso en donde siempre hay un psicópata merodeando en la oscuridad. Saludé al señor de la caja, un joven de apariencia terrible que reafirmo la sensación que tenía de estar en un set de grabación de película de espanto, ignoré su rostro deformado y le pedí una cajetilla de Marlboro rojo, una de chiclets y un tinto bien cargado sin azúcar.

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