Cuarta parte "novela"

Llegué al bar Estación 64 y vi que ninguna de mis amigos había llegado, no se me hizo extraño; Juan siempre tenía la excusa del trabajo, Dante en la mayoría de los casos quedaba mal porque su "queridísima" novia prefería estar en casa viendo televisión y el amor de Dante lo hacía tomar la entretenida elección de quedarse aplastado sobre un colchón con ella y Santiago tenía la mala costumbre de la impuntualidad, yo era todo lo contrario, me pesaban los segundos de retraso así que siempre llegaba en el tiempo estipulado.

Me senté a esperarlos sentado frente al bar, no tenía dinero así que preferí no entrar a que las meseras me miraran con sorna y me quedé auera. Vi a un hombre que se encontraba cómodamente acostado sobre un costal, me senté cerca y escuché que cantaba “la ex señorita no ha decidido que hacer”, me acerqué y canté “decisiones cada día alguien pierde alguien gana ave maría”, me sonrío y me dijo -¿sí o no?-, ambos reímos y luego guardamos silencio, él andaba absorto en el cielo y en su botella de aguardiente, yo andaba pendiente del paso de los carros, ansiaba que llegaran mis amigos para ver que hacíamos. Me senté por ahí a dejar transcurrir el tiempo, pasaron las seis y media, las siete, las siete y media, me llené de ira, no tenía siquiera dinero para comprar un minuto y llamarlos, ya me iba a parar decepcionado de mis arruinados planes cuando vi algo que realmente capto toda mi atención.

Al otro lado de la calle, pasando el semáforo, vi a una mujer de unos, no sé ¿dieciocho, diecinueve años? Con una niña sin piernas sobre los hombros, la chica que la cargaba la ayudaba a sostenerse aferrando sus brazos a los de ella. Ésta mujer, se encontraba saltando una rayuela que estaba dibujada con tizas sobre el asfalto. Se veía que estaba feliz, su sonrisa acaparaba todo el rostro, tenía labios gruesos pero delicados y en la parte inferior de uno de estos tenía un piercing que lo rodeaba , la boca estaba entreabierta porque sus dientes enormes no se dejaban esconder, tenía profundos ojos cafés pero al encontrarse con la luz del faro que había sobre ella se tornaban mieles, tenía cejas gruesas y nariz respingada, su cara era alargada y tenía las mejillas sonrosadas, sobre una de las mejillas se encontraba dibujada una lágrima negra y sobre la otra una mariposa, con algún maquillaje barato asumo, tenía un rostro precioso. No sé como describir el tono de su cabello, era rojo pero tenía visos naranjas y en la raíz se veía rubio, era abundante y brillante, tenía una trenza mal hecha y despeinada en un lado y el resto descendía sobre su hombro derecho, dejando ver que en la nuca tenía un tatuaje de un sol a blanco y negro. No era delgada pero tampoco estaba pasada de kilos, su constitución era gruesa, sus piernas eran largas, tenía una falda con flores mal bordadas artesanalmente que estaba cortada hasta las rodillas y una blusa blanca de tiras, o bueno, café por lo sucia. Envolviendo su cuello tenía no sé cuántos collares pero sentía que iban a terminar ahogándola, en una de sus orejas tenía un largo arete con una pluma de pavo, en la otra no tenía nada y en su muñeca derecha tenía una camándula que dejaba como péndulo un crucifico rojo. Se encontraba descalza y con cada salto que daba un poco de la tiza que había sobre la calle quedaba atrapado entre sus dedos y desdibujaba la rayuela.

Decidí acercarme un poco, ella me atrapó con una sensación de libertad indescriptible. Pasé la calle y quedé a pocos metros de ella, ella me miró con el rabillo del ojo pero hizo como si no existiese, siguió saltando, la niña reía y ella también. No había detallado muy bien a la jinete de la hippie peliroja, parecía tener unos cinco o seis años, tenía la piel morena, la cara muy sucia y el pelo trenzado, gestos toscos, nariz grande, boca gruesa y cejas abundantes, era increíblemente delgada, se veía cada hueso de su columna, parecía que se le fuese a salir de la piel tanto su omoplato como su clavícula, era como un un muñeco de palitos dibujado con estilógrafo. Tenía una blusa negra rota “cubriéndole” la piel y una falda de jean corta que dejaba ver sus mutiladas piernas hasta más arriba de las rodillas.

La escena era hermosa, ambas mujeres expendían paz y proyectaban luz. No sé cuánto tiempo me quedé embelesado viéndolas, pero creo que fue demasiado, la peliroja empezó a mirarme con desconfianza y empezó a alejarse, yo quedé en shock, no sabía si quedarme ahí o seguirlas. Tomé la segunda opción.

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