Primera, primerísima parte del segundo intento de novela.

-¿A qué sabe la felicidad?- Le preguntó la bala a la pistola - A plenitud y buenos día- respondió ella. Así me desperté la mañana del primer Domingo del pasado mes, intentando darle una interpretación a la absurda respuesta de la absurda conversación entre una bala y su madre pistola. ¿Por qué esa respuesta ante tal pregunta y por qué esa pregunta también? Yo creo que a la bala le sabía la felicidad a plenitud porque al salir disparada de su madre, no solo se desarraigaba de ella, no solo rompía el saco de protección, su útero y resguardo, sino que salía a enfrentarse al desgarramiento de tejidos, a la emanación de sangre, al buenos días que le daría al inspector o a medicina legal al extraerla. Por fin cumpliría su función, por fin daría rienda suelta a su paso, a su vuelo en el mundo.

Y así, podría al fin, en su recorrido vertiginoso con un rumbo fijo del que ella desconoce, encontrar la calma del que cree haber cumplido su meta ya, del que cree haber dado por terminados sus propósitos. Pero esa bala no somos nosotros, si por alguna razón llegásemos a encontrar la finalidad a la que siempre apuntamos, esa tan erróneamente llamada "felicidad", tal vez se acabaría todo impulso en nuestro cotidiano andar. Tal vez, solo tal vez, si llegásemos a hallar lo que con tanto ímpetu buscamos, se acabaría cualquier pretensión de vida, se acabaría el empuje, ese no-sé-qué que nos dice -¡Levántate de la cama!, todo es una porquería pero recuerda que aún no has cumplido tus propósitos-. Eso que, mal o bien, nos ayuda a continuar. ¿Y por qué la pistola se preguntó eso? Tal vez porque ella intenta, con ansias, descubrir que es esa cosa a lo que todos tienden y que siempre aclaman, pero la desconoce y, a pesar de sus años y de la gran cantidad de hijitas de plomo que ha tenido en su interior, nada la ha llevado a ese destino y quiere por fin saberlo.

Yo no sé si todos mis vecinos pensarán lo mismo, no sé qué me pasa a mí, no sé porqué a mí acuden pensamientos ajenos a mis contemporáneos. O bueno, tal vez sean los mismos, tal vez la sociedad con lo estandarizado que tiene el pensamiento me incluya también a mí estos para no sé qué fin. Lo único que sé, es que en mis sueños nadie se puede meter y es ahí donde puedo huir del puto sistema. Es aquí donde se encuentra lo que mi bala denominó felicidad y lo que su madre anciana y recorrida no conocía. Yo tampoco la conozco. No puedo.

¿Cómo poder ser feliz? Yo no sé si las dosis de IEDE que le dan a mis compañeros les sirve, esos sobresitos de Irrealidad En Dosis Específicas les da plenitud a todos, yo no puedo con eso, me da mareo, me irrita la aparente calma perenne. Es como si todo fuese bello, como si no hubiesen dejado de existir los árboles y como si el paisaje no se haya vuelto de concreto. Sé que alguna vez existió una basta capa verde y que la atmósfera no tenía necesidad de plantas purificadoras de residuos tóxicos, ni que estaba la manta negra que cubre al sol y que filtra los rayos UD, la luz Ultra Dañina que si llegase a ingresar generaría poros en todo el sistema óseo y haría que todo un cuerpo se desmoronara en pocos segundos. Sé también que antes no había necesidad de trajes grises y que había color en los atuendos, sé que antes las ciudades se pintaban de diversos tonos y sé que antes existían las sonrisas genuinas y la felicidad sin IEDE.

Sé también, que antes las personas no andaban con su purificador de agua de bolsillo y que no tenían que reciclar su orina y su sudor, sé que antes los poros de la piel y el sistema exocrino servía para evacuar desechos que no volverían porque precisamente eso eran, desechos. Sé también que antes habían casas de hasta cinco pisos, que la gente vivía en habitaciones separadas, que todos tenían su propia cama. Sé también que antes existían los espejos y que las mujeres embellecían su rostro con polvos extraños y que los hombres perfumaban su torso. Sé que antes habían muchas cosas de las que hoy parecen todos olvidarse...

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