Ana y Morgana.

-Cuando encuentre la razón de porqué llorar será el verdadero comienzo de mi fin-. Eso le dijo Anita al rostro de su desdicha. Sí, en un sueño.

Ella en su vigilia se enfrentaba constantemente a una desazón sin fundamento y a un vértigo que le producía náuseas. Ella quería saltar al vacío. En su día a día se exacerbaba la angustia de su mente, le daba rienda suelta a su imaginación proyectando escenarios repletos de caos, su muerte, su funeral, el llanto de sus allegados, la muerte de otros, se preguntaba qué se sentiría matar, qué se sentiría ser culpable de algo real. Ella tenía miedo, sí, mucho miedo, sentía que cohabitaba con un ser que la dominaba a ratos, cohabitaba con otro rostro, otra Ana. Ella le llamaba Morgana, su alterego, su alterego que era más ella que ella misma. Ella gritaba, le gritaba a Morgana, le decía que la dejase en paz, que quería paz, que se quería libre, ella quería ser libre de sí.

Ana solo encontraba paz en sus sueños, pero la paz la encontraba porque precisamente la perdía, encontraba en sus sueños la realización de sus más temerarios deseos, de sus más descabelladas fantasías y allí, ella sentía paz, ella sentía que no se le iba a estallar la yugular. Pero un día, Ana no soñó, y al otro día tampoco, y al otro día tampoco. Ana se asustó, porque si no desplegaba sus fantasías en sus sueños su alterego-ella-misma salía a la luz y hacía de las suyas.

Esto empezó a pasar constantemente, tenía periodos en los cuales Morfeo no se aparecía en las noches, ella no dormía y si lo hacía, no soñaba. Ella lloraba. Sus noches eran largas, no le daba tregua al incesante paso de los días. Esto duraba algunos meses, meses de vertiginosos cambios, de discusiones, de golpes en la cabeza contra la pared, de desasosiego, de no-sé-qué opresor. Ella le llamaba “gripa mental”, de hecho, ella se sentía enferma en esos días, ella decía que le pasaba porque tenía bajitas las defensas del alma y, cuando esto sucedía, aparecía Morgana. Pero, luego de los meses oscuros, aparecían los meses claros y volvía a soñar, volvía a ser Ana, se iba Morgana, volvía a sentir que tenía un porvenir, volvía a amar, volvía a ser lo que creía ser.

Ana oscilaba entre ella y su otro. Ana tenía miedo. Ana no sabía quién era.

Un día, de ese comienzo del periodo de luz, Ana soñó que se enfrentaba a Morgana. Le puso al fin un rostro y tenía cara de serenidad, de una serenidad con picardía. Era un rostro que oscilaba entre lo macabro y la nobleza. Se enfrentó a ella misma. Se dio cuenta que le asignó un nombre a algo que ella misma era. Ella buscaba excusas que explicaran el porqué de sus actos. Ella quería eximirse de sus culpas. Ella se dio cuenta que no podía, que no tenía un alterego, que los males eran ella misma, que ella era su mayor mal, que no existía Morgana.

Pero al darse cuenta de esto todo cambió, dejó de atribuirse una locura ajena a sí, dejó de creerse una excepción en un mundo que parecía no entenderla. Se dio cuenta que era común, que todos sufrían. Se dio cuenta, más bien, que ella realmente no sufría. Que era una estúpida adolescente plagada de pueriladas (un verbo que se inventó Ana para definir las tontadas de una joven; Ana amaba inventar palabras). Ana descansó, sin antes aceptar que no tenía cura, que no tenía cura porque, la verdad, no tenía mal. Y Ana, al fin, aprendió a vivir con ella misma.



Ana debería estar estudiando y morgana quiere estar escribiendo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Diarios de viaje: Cali, Colombia - Montañita enero 2017

Foránea de mí

El "hubiese podido ser" I parte.