Aún sin nombre.

PRIMER CORTE

-No me arruines, no destruyas, ni que fueras mi alegría, ni que fueras tú mi vida- Eso le dije mientras cerraba la puerta y veía como se esfumaban las ilusiones de antaño y el porvenir futuro, a medida que observaba como caía la abominable comedia del engaño, la infamia del pasado.

Era una tarde fúnebre de Domingo, en donde la desazón tenía el aroma de la gasolina de los autos viejos, donde los semáforos en rojo duraban más tiempo, donde los jóvenes de la calle se veían más sudorosos, deprimidos, como si estuviesen viviendo. Sí, era otro Domingo de angustia en la sucursal del cielo en pleno infierno, un día de sol, de aceras hirviendo y de pensamientos inestables.

Uno, dos, tres, cuatro pasos iba dando hacia el vacío, mis pies se dirigían al abismo de la desesperación hasta que quedaron estáticos al escuchar una voz, tras de mí oí un “no te vayas” y devolví mi paso hacia ella.

Corrí, corrí y en un santiamén recorrí devuelta todo el camino en el que había intentado huir, la abracé de manera ferviente y le exigí amor, le pedí locamente confianza, le exigí respeto, promulgué blasfemias a la vida. Sí, era yo el desquiciado en una relación que bauticé caos.

Ella me invitó a seguir, sin musitar palabra alguna se desprendió de sus prendas, como lo había visto muchas veces, pero ésta vez tenía una connotación distinta, vi como se deslizaba la falda larga de flores por sus piernas, como volaban blusa blanca, top, bragas y alma.

Me acerqué a ella, besé su torso desnudo, deslicé mis dedos por la parte cóncava de su espalda, mi boca se acerco a la suya y sintió el elixir de su beso y me dije: “sí, si existe el cielo y yo que tanto buscaba el infierno”, ¿por qué me iba? ¿Hacia dónde me dirigiría? Ella era vida, vida y muerte, llanto y alegría.

Pasamos toda la noche amándonos, sintiéndonos, saboreándonos, besándonos, viviéndonos… Esa noche fue distinta, era consciente de su ausencia, de su vacío, de su desvarío. No me importaba sabía qué precio pagaría, sabía el costo de su belleza, era consciente de mi autodestrucción.

Al otro día me recibió la madrugada con una sensación execrable de soledad y la cama vacía con la silueta del engaño dibujada sobre las sábanas. Me paré de la cama, busqué a trastiendas mi ropa interior, me puse el bóxer y salí de mis fundas aún húmedas a enfrentarme con la realidad. La fantasía se había quedado atrapada en los recuerdos de la noche anterior y yo me había topado con la destrucción del cuento de hadas.

Fui al baño, entré a la ducha y lo único que quise fue quitarme el olor de ella.

SEGUNDO CORTE

Cayó el agua sobre mi cuerpo y me destemplo hasta las pestañas. Quería sentir un choque fuerte que me hiciese encontrar un estado parejito más era imposible, tenía un pandemónium en la cabeza, un hervidero de sensaciones, un tsunami de emociones, desprecio, amor, odio, ilusión, decepción, quería que todo se lo llevase el agua, descendiera al sifón, se fuese por la alcantarilla y que el olor fétido del pasado la diluyese para siempre.

Salí de la casa pensando en ella ¿dónde andaría ahora aquella ave de vuelo insaciable? ¿Regresaría algún día? Ella se iba a cada instante, iba y venía como péndulo, yo la entendía, la comprendía y la apoyaba. Yo era como ella a diferencia que yo la amaba a ella, y ella sólo amaba la vida.

Me vestí cansada y lentamente, salí del baño, sentí como se contraían mis músculos, pero hice caso omiso al dolor de mi cuerpo proveniente de una buena noche y me dirigí hacia la puerta, la abrí, miré la calle como si fuese la primera vez que salía de mi casa, como si fuese un recluso que acaban de liberar cerré el portón de la entrada, me abrazó con ira el frío de la madrugada, me golpeó el rostro sin piedad, yo avancé hacia la realidad, mi mayor oponente a lo largo de mi existencia y lo hice sin temor, me dispuse y me llené de una alegría que no tenía, cometí idioteces tales como sonreírle a la gente, recibiendo a cambio gestos de desaprobación y de temor a un posible hurto, ese cuento que si uno sonríe recibe a cambio otra sonrisa sólo sucede en “los cuentos de los hermanos Grimm”, ese programa del cual uno se aferra y se embelesa sólo porque en las mañanas de los fines de semana la vida sabe a mierda.

Seguí caminando y mientras iba en ese andar intermitente, rápido, lento, descuidado cavilaba en mis pensamientos, -nos parecíamos tanto y al mismo tiempo éramos tan ajenos, “ahgs” grité inconscientemente, un morboso frenó su paso acelerado, el curso a su destino sólo por enfocar su mirada en mi a ver qué sucedía, guardé silencio, seguí caminando, seguí pensando –te regalo mi pasado si es que tanto te empeñas en hacer parte de él- e intenté divagar en otras cuestiones y dejar de bautizar mis problemas con su nombre.

Ingresé al primer sitio que vi abierto, un minimarket con un solo foco de luz blanca dañado que le daba al aspecto del lugar un tinte macabro, como en esas películas de terror o suspenso en donde siempre hay un psicópata merodeando en la oscuridad. Saludé al señor de la caja, un joven de apariencia terrible que reafirmo la sensación que tenía de estar en un set de grabación de película de espanto, ignoré su rostro deformado y le pedí una cajetilla de Marlboro rojo, una de chiclets y un tinto bien cargado sin azúcar. Salí del local, me despedí del hombre-cara-deforme y me senté en la acera de enfrente, trinaron los pájaros anunciando que la mañana se acercaba mientras de manera lacerante sentía como el sol que se asomaba por la cordillera iba quemando mis córneas. -Yo no nací para estar muriendo- pensé. No creo aún lo fácil que le entregué mi alma a esa mujer, fue todo tan rápido, tan repentino, ha pasado tan poco tiempo, suspiré y empecé a recordar, todo comenzó a finales de Junio del pasado año.

TERCER CORTE

Conocí a Azul una tarde común, hacía el mismo sol de siempre en ésta sucursal del cielo en pleno infierno, estaban los habitantes-zombis de esta ciudad vagando por las aceras como era costumbre. Pero algo distinto pasó ese día. Esa tarde quedé de encontrarme con unos amigos en una obra de teatro, no pintaba nada bien, los actores se notaba que eran pésimos, unos pelagatos salidos de un instituto de mala muerte, sabía que les iba a faltar "concepto", pero bueno, era gratuito, así que decidí asistir. Muchos dicen que en mí hay una arrogancia más grande que la cordillera vecina y sí, puedo llegar a afirmarlo, sé quién soy, sé todo lo que sé y sé cuán ignorante pueden llegar a parecer las personas que tratan de sobrepasar lo que sé.

Mis amigos me citaron a las seis de la tarde en el bar Estación 64, por fortuna cercano a mi casa, ese día en mi bolsillo sólo había mugre, así que no podía darme el gusto de ir muy lejos, el presupuesto no me daba ni siquiera para una cerveza. La tarde se hizo lenta, como si el aire no soplara y el tiempo estuviese en huelga. Me encontraba en mi hogar intentando evadir la desazón de la tarde, descansaba en mi habitación escuchando a mi cantante predilecto, no me ayudaba a sobrellevar ese maldito no-sé-qué que me invadía la canción que había puesto a sonar, como música de fondo de una tarde vacía se oía: “Rechiflao en mi tristeza, hoy te evoco y veo que has sido en mi pobre vida paria sólo una buena mujer”, pero fomenté mi masoquismo y dejé que mi valiosísimo tocadiscos siguiese entonando a Gardel.

Vivía aún con mis padres, seres ajenos a mi vida, se asemejaban más a muebles o decoración inerte de la casa que a personas. El apartamento era cómodo, pequeño pero acogedor, mi cuarto era el más grande de la casa, tenía las paredes pintadas de azul, unos cuantos símbolos egipcios pintados en el techo, dos posters colgados de la pared que daban a la ventana, uno de The Beatles y el otro de Jimi Hendrix, así mi cantante favorito entonara tango también tenía otros gustos musicales fuertemente marcados, mi versatilidad era tal, no sólo en los géneros sino también en literatura, movimientos pictóricos, criterios y gustos en general que muchas veces siento que en mí habita más de un sólo ser. Continuando con mi cuarto, al lado de los posters se encontraba un gran armario de un tono negro azabache con un espejo increíblemente sucio, la pared que daba a la puerta tenía un cuadro de Salvador Dalí, “La persistencia de la memoria” la pared que le seguía a la derecha tenía una silueta de ninfa dibujada con tizas pastel y al lado un cuadro de mi gran amor: Janis Joplin, mi cama era pequeña, tanto que cuando invitaba mujeres a mi casa les tocaba dormir prácticamente sobre mí, cosa que realmente no me disgustaba.

Por fin llegó la noche, sus luces y su rutinaria salsa, yo vivía diagonal a la calle 70, la calle más ajetreada de la ciudad, la de los bares, los prostíbulos, los estancos, la música, el bullicio, las mujeres y los borrachos. Salí a encontrarme con el encanto de la vida, ese día estaba motivado, quería placeres, música y muchísimo licor. Me dirigí a el lugar de la cita esperando que la noche cumpliera a cabalidad todas mis expectativas, no me imagine cuán azul se teñiría el cielo. Llegué al bar Estación 64 y vi que ninguna de mis amigos había llegado, no se me hizo extraño; Juan siempre tenía la excusa del trabajo, Dante en la mayoría de los casos quedaba mal porque su "queridísima" novia prefería estar en casa viendo televisión y el amor de Dante lo hacía tomar la entretenida elección de quedarse aplastado sobre un colchón con ella y Santiago tenía la mala costumbre de la impuntualidad, yo era todo lo contrario, me pesaban los segundos de retraso así que siempre llegaba en el tiempo estipulado.

Me senté a esperarlos sentado frente al bar, no tenía dinero así que preferí no entrar a que las meseras me miraran con sorna y me quedé auera. Vi a un hombre que se encontraba cómodamente acostado sobre un costal, me senté cerca y escuché que cantaba “la ex señorita no ha decidido que hacer”, me acerqué y canté “decisiones cada día alguien pierde alguien gana ave maría”, me sonrío y me dijo -¿sí o no?-, ambos reímos y luego guardamos silencio, él andaba absorto en el cielo y en su botella de aguardiente, yo andaba pendiente del paso de los carros, ansiaba que llegaran mis amigos para ver que hacíamos. Me senté por ahí a dejar transcurrir el tiempo, pasaron las seis y media, las siete, las siete y media, me llené de ira, no tenía siquiera dinero para comprar un minuto y llamarlos, ya me iba a parar decepcionado de mis arruinados planes cuando vi algo que realmente capto toda mi atención.

CUARTO CORTE

Al otro lado de la calle, pasando el semáforo, vi a una mujer de unos, no sé ¿dieciocho, diecinueve años? Con una niña sin piernas sobre los hombros, la chica que la cargaba la ayudaba a sostenerse aferrando sus brazos a los de ella. Ésta mujer, se encontraba saltando una rayuela que estaba dibujada con tizas sobre el asfalto. Se veía que estaba feliz, su sonrisa acaparaba todo el rostro, tenía labios gruesos pero delicados y en la parte inferior de uno de estos tenía un piercing que lo rodeaba , la boca estaba entreabierta porque sus dientes enormes no se dejaban esconder, tenía profundos ojos cafés pero al encontrarse con la luz del faro que había sobre ella se tornaban mieles, tenía cejas gruesas y nariz respingada, su cara era alargada y tenía las mejillas sonrosadas, sobre una de las mejillas se encontraba dibujada una lágrima negra y sobre la otra una mariposa, con algún maquillaje barato asumo, tenía un rostro precioso.

No sé como describir el tono de su cabello, era rojo pero tenía visos naranjas y en la raíz se veía rubio, era abundante y brillante, tenía una trenza mal hecha y despeinada en un lado y el resto descendía sobre su hombro derecho, dejando ver que en la nuca tenía un tatuaje de un sol a blanco y negro. No era delgada pero tampoco estaba pasada de kilos, su constitución era gruesa, sus piernas eran largas, tenía una falda con flores mal bordadas artesanalmente que estaba cortada hasta las rodillas y una blusa blanca de tiras, o bueno, café por lo sucia. Envolviendo su cuello tenía no sé cuántos collares pero sentía que iban a terminar ahogándola, en una de sus orejas tenía un largo arete con una pluma de pavo, en la otra no tenía nada y en su muñeca derecha tenía una camándula que dejaba como péndulo un crucifico rojo. Se encontraba descalza y con cada salto que daba un poco de la tiza que había sobre la calle quedaba atrapado entre sus dedos y desdibujaba la rayuela.

Decidí acercarme un poco, ella me atrapó con una sensación de libertad indescriptible. Pasé la calle y quedé a pocos metros de ella, ella me miró con el rabillo del ojo pero hizo como si no existiese, siguió saltando, la niña reía y ella también. No había detallado muy bien a la jinete de la hippie peliroja, parecía tener unos cinco o seis años, tenía la piel morena, la cara muy sucia y el pelo trenzado, gestos toscos, nariz grande, boca gruesa y cejas abundantes, era increíblemente delgada, se veía cada hueso de su columna, parecía que se le fuese a salir de la piel tanto su omoplato como su clavícula, era como un un muñeco de palitos dibujado con estilógrafo. Tenía una blusa negra rota “cubriéndole” la piel y una falda de jean corta que dejaba ver sus mutiladas piernas hasta más arriba de las rodillas.

La escena era hermosa, ambas mujeres expendían paz y proyectaban luz. No sé cuánto tiempo me quedé embelesado viéndolas, pero creo que fue demasiado, la peliroja empezó a mirarme con desconfianza y empezó a alejarse, yo quedé en shock, no sabía si quedarme ahí o seguirlas. Tomé la segunda opción. La perseguí de un modo que visto de forma objetiva era bastante loco y obsesivo. Ella dobló la calle, yo la doblé también, cruzó la cebra, lo hice también, ella aceleró el paso y yo lo aceleré con ella, hasta que para mi sorpresa decidió frenar, giró su cuerpo en dirección hacia mí y me preguntó “¿Quién demonios sos y por qué me perseguís?”, me dejó frío su tono de voz, era fuerte y armonioso, manifestaba una impotencia abrumadora. Tartamudee un poco y luego de unos segundos embarazosos de silencio respondí entre dientes “No sé”, ella río y para mi grata sorpresa me dijo sígueme.

Caminé al lado de ella en silencio, su paso era lento pero con ritmo, era como si bailase, como si no tuviese destino, caminamos alrededor de cinco minutos cuando de repente su rostro cambio, se encogió, tergiversó su mirada, me observó y me dijo “hey loco, no puedes seguir caminando conmigo, pero acá te dejo unas cuantas letras sueltas para que me recordés y si es posible para volverte a ver, no andés persiguiendo muchachas por la calle, que realmente asusta, adiós”, se agacho y me dejó un papel amarillento sobre la calle y dio la vuelta para seguir con su caminar-baile. Yo la miré desaparecer en mi campo visible y luego de que desapareciera hasta el último atisbo de ella decidí mirar la hoja doblada que me había dado, la desdoblé y vi una letra casi ilegible, parecía más griego que castellano por su pésima caligrafía, había escrito ahí una especie de poema que decía:

Seguirá- Báñate de miedo Adiós Cúbrete de fe Adiós Besa con la ausencia Adiós Ama con los pies.

Si me despido es porque me quedo Si camino es porque ya no vuelo Si vuelo es porque ya no nado Si estática me quedo es porque ya no estoy.

En ésta inexistencia Donde la vida anochece Donde la intriga despierta Donde la mierda amanece Aquí voy.

Hagamos algo, dejemos de evitar lo inefable Se me olvidó como existir Paso por alto sentir, palpar, vibrar Y ahora está acá, sin más, sin menos, sin estar.

Wow- me dije- ¿por qué me dejó este papel? –Pensé- ¿será que algún día la vuelvo a ver?

QUINTO CORTE

Sí, lo recuerdo todo muy bien, desde ese día no me he podido quitar la esencia de ella, su imagen, su aroma, su sonrisa. Siempre sabemos qué es lo que ha trascender en el transcurso de este corto peaje en la cárcel de los días, nunca desconoceremos el valor de un rostro y de una conversación.

Seguía sentado en la acera de enfrente del local del señor-cara-deforme, seguía aspirando un pedacito de humo con sabor a muerte, seguía ahí pensando en cómo conocí a Azul. Todo tiempo pasado fue mejor, siempre recordamos con añoranza lo que fuimos, ayer nos cepillamos mejor los dientes, anoche dormimos mejor, la pasada mañana hubo un amanecer más hermoso. Esa no es la realidad, solo que engrandecemos lo que fue porque ya no lo somos, damos valor a lo que tuvimos porque ya no está. Siempre recordamos con esperanzas de volver, de sonreír igual, de sentir igual, ignorando que hoy podemos sonreír más, pero somos cobardes, tímidos, deplorables, no somos capaces de asumir el paso de los días por sus continuos retos, por su novedad, por su caos. Nos quedamos sentados ahí, a la orilla de los días, mirando cómo pasó lo que pasó y no construyendo lo que pasa.

Estamos pegados, estancados, adormecidos, adheridos a esa orilla. Debemos lanzarnos al mar, surfear con las horas, gozar con los momentos creados en el hoy y así mismo, con los seres que inmiscuimos en esas olas que han de venir. Porque no puedo ser ahora lo que algún día llegué a ser, ni mucho menos, llegar a ser lo que hoy soy. Debería llegar a ser, dejando a cada instante esa partesita que me caracterizaba en ese momento preciso, eso que decía ser mío, eso que creía ser, debería abandonarme al paso del tiempo.

Pero yo todavía ignoro cómo poder sumergirme en esas olas, sigo acá, recordando a ese pedacito de color, a ese pedacito de vida que me quitó tanta vida. Ese día, el día en que la conocí, todo fue muy extraño, como si estuviese escrito por la mano de un escritor de pacotilla que escribe libros de mercado.

Lo último que vi ese día fue su camisetica sucia y su pelo alborotado desde atrás. Me di la espalda y regresé al bar. Como lo sospechaba, mis amigos no estaban, me quedaron mal. Saludé nuevamente al hombre que yacía plácidamente tumbado en la acera y tomé el camino más largo hacia mi casa. Pensé poco en ella, solamente me pareció una mujer hermosa, me imaginé cómo sería su vida ¿viviría en la calle o solo era una hippie feliz? Algo de mí quería la segunda opción, me la imaginé como una niñita bien que creía ser bohemia. Como sea, lo que fuese ella, me había impactado.

Llegué nuevamente a mi casa, todo estaba como siempre, en silencio, vacío, solo. Cogí una coca-cola de la nevera y me fui a la pocilga en la que estaba mi cuarto, prendí el televisor, puse MTV y me acosté a dormir. Pero, ya por allá en mi quinceavo sueño, escuché una risita pícara cerca de la ventana. Pensé que aún seguía entre sueños y que los combinaba con la realidad, cuando, vuelve y juega. Pero ahora, no era solo una risita de niña, también oí como pequeñas piedritas golpeaban mi ventana. Refunfuñando me levanté, me asomé por la ventana y la vi, era ella. No tenía la misma ropa, ahora vestía un vestido negro con rayas blancas, se veía más elegante y presentable, pero aún así tenía su pelo hecho un “greñero” y esa misma sonrisa en el rostro que emanaba paz y libertad. Le pregunté que qué demonios hacía ahí, que cómo me había encontrado. Ella me calló con un exasperante “shhh” y me dijo que saliera. Salí y me la encontré de frente, sonriendo. Así la recordaré siempre, “pelando diente”, libre como un pájaro, un ave sin jaula, sin rumbo, sin dueño.

(BONUS pa’l final)Yo no soy solo un hombre, soy en recuento del pasado, soy la huella del amor…Soy el representante de todos los sueños abandonados, de todo lo que pudo ser y no fue. No soy el único hombre que a relatado la historia entre azul y yo, soy el vocero del desamor.

Comentarios

  1. Hola, interesante historia.
    1. no se por qué, empecé escuchando una narradora y luego todo cambió y por partes parece un y luego una, bastante subjetivo.
    2. No te puedo juzgar a ti, de la misma manera que lo hiciste con los "pelagatos" por que caería en el mismo error, pero voy a tratar de sobrepasar lo que sabes... el universo está en movimiento y con un pequeño giro, todo cambia y lo que uno sabe se hace mierda y si te ponés a meditarlo más profundamente hasta te sabe a mierda.
    3. te invito a mi blog a que te guste y que rajes... http://revel-arte.blogspot.com/

    Con todo el respeto de escritor principiante, me despido. Un abrazo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Diarios de viaje: Cali, Colombia - Montañita enero 2017

Foránea de mí

El "hubiese podido ser" I parte.