Inconformismo


¿Y la felicidad dónde quedó? ¿Y la eudaimonía como telos dónde está? ¿Dónde quedó lo que suponía ser el fin último de la filosofía? Este tema me acongoja no solo por la ausencia de funcionalidad de mi “campo de acción” sino por la falta de aplicabilidad de lo que supone ser mi pasión, a mi vida, a mi vida real. Y sí, duele decirlo, pero la filosofía se está perdiendo en los intricadas y oscuras sendas de la teoría y de la academia y a los filósofos en acto, en potencia o a los pretensiosos de sabiduría, se nos despoja de la creación y así, nos queda solo el hálito de la decepción y el reciclaje de citas.

Pues bien, desde la antigüedad existió siempre una pretensión por conocer, los presocráticos lo llamaban “asombro” y todos quisieron encontrar algo constitutivo de todas las cosas, para Tales el arché era el agua, para Heráclito el fuego, para Demócrito el átomo, para Anaxímenes el aire, para Anaximandro el apeirón, para Empédocles los cuatro elementos, para Pitágoras el número… Todos querían descifrar aquello que ante ellos era un enigma, pero finalmente, querían aplicar algo de eso a la vida, querían descubrir la vida misma. De hecho, Aristóteles habla de la felicidad como fin último, como bien supremo y Spinoza en la ética demostrada según el orden geométrico intenta responder ¿de qué forma se puede llevar una vida razonable para, finalmente, ser feliz? Pero bien lo dijo él: “todo lo excelso es tan difícil como raro” y parece que la anhelada felicidad se escabulle de nuestras manos.

El recuento puede seguir, pero la pregunta de un modo u otro era la misma ¿cómo puedo o debo llevar mi vida? Pero eso se ha perdido, por eso ahora es complicada la filosofía. Aparecieron los campos de acción, el conocimiento se empezó a especializar y la filosofía abortó su carácter global, ¿cómo podemos llegar con estos conocimientos a solucionar problemas de la vida? Parece que algo se quebró, algo caló en el fondo de las cavilaciones filosóficas, algo dejó de encajar como debía hacerlo ¿será que seguimos usando la filosofía como herramienta para la felicidad? Tal vez nos podríamos preguntar ¿será que el filósofo debe ser un profesional? ¿No es algo natural y propio del ser humano? ¿No podemos afirmar, como llegó a hacerlo Kant con la metafísica, que es una disposición natural de la razón? Y si se piensa al hombre como un Dasein, como un ser metafísico ¿por qué estudiar filosofía como carrera? ¿No es el preguntar por el ser algo propio del ser ahí? No sé, tal vez los que estudiamos en la universidad una carrera como filosofía lo hacemos por la incapacidad que tenemos de llevar una rigurosidad propia. El conocimiento está en los libros, pero la rutina, la disciplina, está en la academia; tal vez estoy incapacitada para llevar un ritmo autónomo en la filosofía o, es tan difícil este mundo que sola no podría enfrentarlo. Yo creo que las dos opciones son correctas.

Hoy tengo ganas de crear, me sobra el deseo pero se ausentan las ideas. Sé que aún soy una pueril en el campo de la sabiduría pero sé también, que algo de mi creatividad ha sido castrada por el sistema educativo. Sí, no son todos los docentes, pero de un modo u otro, siento que me educan para replicar más no para crear, pero además, no sé si aunque me educasen para crear podría llegar a hacerlo. Entre más me introduzco en la filosofía me asusta cada vez en mayor medida mi incapacidad para generar algo que suponga ser propio (claro, si es que lo existe, ya hasta la libertad se nos arrebató y con ello, lo original), no sé en qué momento podré salir del campo de la teoría y empezar a la acción. La ansiedad propia de mi edad se hace evidente en cada texto que leo y el desasosiego y la desesperanza de generar un pensamiento propio se unen en un brebaje perfecto que me entristece sobremanera.

Por otro lado, no solo no puedo crear, tampoco siento que esté aplicando los conocimientos aprendidos a mi vida diaria. Sé que cuando tengo una discusión con mi pareja, en mi casa o con mis compañeros no me he preguntado ninguna vez ¿qué diría Sartre sobre esto? o ¿Cómo afronto una confrontación según Foucault? Creo que nunca he usado el análisis de las pasiones que plantea Spinoza para resolver un debate y mucho menos me ha servido en un momento difícil leer al Zaratustra. Creo que el problema es generalizado, al menos lo noto en mis compañeros de clase, todos nos llenamos la boca de teorías, de citas y de autores, pero pocos sabemos responder con inteligencia ante un problema del diario.

No es que esté disconforme con la filosofía porque, así no parezca, no lo estoy, por el contrario, es mi gran amor. Estoy en huelga con mi incapacidad de penetrar en el fondo del meollo del problema; por mi imposibilidad de generar una pregunta filosófica que genere un impacto, y no hablo un impacto en la comunidad académica, no pretendo (por ahora) generar ponencias que llenen auditorios y que generen admiración en rostros jóvenes, hablo de un impacto en mí, en mi día a día, en la banalidad, tal vez no tan banal, de mi quehacer diario.

Y finalmente (porque siempre un texto de cualquier índole debe finalizar de algún modo), no sé qué concluir, escribí esto como vomitándolo, tenía que manifestar en letras mi inconformidad hacia mí, me siento nimia ante el magno mundo del conocimiento que apenas logro esbozar, tengo miedo de no tener la capacidad de enfrentarme a todo lo que se avecina. Tal vez ahora no tenga una solución ante esto, espero algún día leer estas letras desesperadas y sentir la satisfacción de haber podido avanzar, aunque sea un poco.


Epílogo 1. Justo ahora debería estar escribiendo una ponencia sobre la introducción a ser y tiempo de Heidegger y no perdiendo el tiempo en preocupaciones pueriles (tal vez por este modo de pensar es que aún no he podido crear o al menos, aplicar algo de lo creado a mi vida).
Epílogo 2. No sé cuántas imprecisiones teóricas pueda llegar a tener este texto, me excuso por los mamertos, pero escribí de corrido y con la pasión en las manos.
Epílogo 3. No sé si estos epílogos pueden ser catalogados como epílogos propiamente, entonces ¡que me acusen también los mamertos de la literatura!
Epílogo 4. Maldita sea, yo también soy de esas mamerta que, parece que su fin último, es criticar.



Juzgarse a sí mismo resulta más liberador y tranquilizante que las acusaciones de los otros ¡debo reírme de mí antes que el otro lo haga! ¡No puedo dejar al otro ver mi debilidad, debo hacerlo yo misma!

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