La soledad.

Las efemérides y las horas, todas repletas de nada. Ella siempre se preguntó qué la hacía sentirse así, qué era esa sensación de soledad a pesar de la compañía, de tristeza a pesar de su plenitud aparente, de suspiros profundos y de llanto infundado; ¿por qué se sentía sola? La gente suele relacionar la soledad con ausencia de compañía; ella sabía que no era así. Toda su vida le ha tenido pavor a la soledad y no ha tenido miedo de afirmarlo, pero la soledad va más allá de las personas y de su aprobación; la soledad es estar vacío.

¡Eso es! La soledad es sentirse sin propósito, sin fin, sin funcionalidad. Por eso la vejez es compleja, más que por los años o la cercanía a la muerte, lo que pesa es la nada y el sinsentido de la falta de función. Eso es sentirse vacío, es sentirse despojado de uno, porque ese uno, lo que las personas suponen ser, su identidad, bien o mal, se conforma con y gracias a lo otro. Sí, a lo otro, no solo a los otros. Nos construimos con la sociedad que nos circunscribe, pero lo que realmente nos da lo que somos es lo que hacemos; lo que creemos ser está fundamentado en nuestra función, bien lo dijo Marx, pero no es solo en el trabajo, es en todo quehacer de nuestro diario. Estar solo es saberse sin esencia, sin camino, por eso la soledad no es ante la gente, la soledad es ante uno, ante uno sin razón en el mundo. Esa es la desolación más fuerte.

Ella lo sabe muy bien, las personas, sus allegados en quienes había depositado sus más fuertes anhelos solo eran excusas, solo representaban su más fuerte deseo de librarse de esa sensación de vacío provocada por su sinsentido. Ella no sabe para qué sirve exactamente. Siempre se ha desenvuelto bien en sus funciones, pero no sabe en realidad si eso es ella. Ella se siente sola porque no sabe si es lo que dice y cree ser. La gente solo la ocupa, le llena el vacío que la invade. Lo mismo hacía con los pasatiempos, ella se llena de funciones para acompañar su soledad, su soledad frente al mundo, frente a su carencia de esencia, frente a su falta de seguridad ante la vida, frente al despropósito total de su nada.

Por eso ella se sentía sola cuando no estaba ocupada y por eso ella aclamaba a los otros cuando se sentía carente de propósito, cuando las horas no se llenaban y el sueño no llegaba; cuando los minutos pesaban y los letras no servían; cuando Dostoievski aburría y Ciorán desolaba; cuando pasaba más horas frente al computador que frente a una biblioteca; ahí, justo en esos momentos de agonía del tiempo infinito desperdiciado, ahí aclamaba ayuda y culpaba a todo lo que la rodeaba de su tristeza y su melancolía.

Tal vez ella huye de la soledad de la falta de ocupación porque la siente como un final. La muerte para ella es el despropósito total, la ausencia de mañana, de quehaceres, de porvenir, de acciones a futuro. En la muerte no hay acción, no hay nada. Tal vez es eso, le daba miedo la soledad porque le aterraba que al sentirse sin función se acercase a la muerte, al absoluto vacío del final. Pero lo dijo Heidegger, somos seres para la muerte y, así llenemos del continuo ocuparse y de pasatiempos nuestros días, el aburrimiento existencial, como él le llama a esta nada que ella siente, no se va así de fácil. Ella entiende a Heidegger cuando afirma que el Dasein se encuentra con él mismo precisamente en ese aburrimiento al que ella llama sinsentido o nada, pero ella siente que no podría soportar el encuentro consigo misma porque odia lo que es.

Eso es, ella odia lo que es.

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