Julio 3 de 2014

Y cada día se acrecienta el vacío en el pecho, la culpa y el sinsabor de los días perdidos, del futuro no escrito, de las páginas sin tinta y de las horas sin oficio. Y así transitan los días, vagones sin almas y timón sin guía. Veo desde la intrincada celosía de mi alma todo el mundo que me circunscribe, que, concomitante, me obliga estar a su lado. Acá, con nada, ¿cuándo escribiré una novela? Veinte años mal vividos, creyéndome el cuento de cuando en cuando, soñando con un futuro prolífico, llena de alegrías aparentes y de llantos sin fundamento, ¿cuándo empezaré a escribir algo que valga la pena ser leído? ¿cuál es mi necesidad de ser leída, de asentarme en la historia y encontrar en la lectura maravillada de los otros mi sustento? Estos diarios no sirven de nada, si lo leen tres pelagatos es mucho y tampoco tiene valor. Necesito escribir una novela. Tal vez por eso admiro tanto a Pizarnik, a Bukowski, a Baudelaire, a Proust, porque desde lo profundo de su alma hicieron literatura, sin forzarse, sin preocuparse más que de su catarsis, de su caos, de su infierno. Algún día llegaré a trasformar mi tormenta en arte y mi tormento en texto. Y con todo y mis ansias, con todo y mi ímpetu, pierdo mis mañanas en la vacuidad de los medios, en la desesperanza y el mareo, en el precipicio de la angustia ¿cómo librarme de la nada que me invade? ¿cómo quitarme el peso de los días si los vuelvo más pesados con el tiempo? Quiero ser como Pizarnik... Joder, jamás escribiré algo que valga la pena ser leído...

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