Primera, primerísima parte del segundo intento de novela.
-¿A qué sabe la felicidad?- Le preguntó la bala a la pistola - A plenitud y buenos día- respondió ella. Así me desperté la mañana del primer Domingo del pasado mes, intentando darle una interpretación a la absurda respuesta de la absurda conversación entre una bala y su madre pistola. ¿Por qué esa respuesta ante tal pregunta y por qué esa pregunta también? Yo creo que a la bala le sabía la felicidad a plenitud porque al salir disparada de su madre, no solo se desarraigaba de ella, no solo rompía el saco de protección, su útero y resguardo, sino que salía a enfrentarse al desgarramiento de tejidos, a la emanación de sangre, al buenos días que le daría al inspector o a medicina legal al extraerla. Por fin cumpliría su función, por fin daría rienda suelta a su paso, a su vuelo en el mundo. Y así, podría al fin, en su recorrido vertiginoso con un rumbo fijo del que ella desconoce, encontrar la calma del que cree haber cumplido su meta ya, del que cree haber dado por terminados sus propós