30 segundos.
Al otro lado de la línea con voz trémula, ajena y distante, más allá de los kilometros, límites u horas un ser ajeno sollozando intentaba trasmitirle una información aparentemente importante, pero él sólo captaba desesperación, fluidos nasales y congestión. En ese instante, el olor a café recién preparado invadía la instancia, un sonido ronco producido por la falta de agua en el recipiente de la cafetera indicando que la bebida pronto estaría lista acompañaba al aroma. No sólo ese sonido ambientaba el momento; contribuían con la sinfonía una canción de los Beatles emitida por la radio de la sala y el chillido de uno que otro pito tras la ventana. Por fin el ente tras la bocina fue capaz de musitar una frase coherente, que posteriormente descubrió, iba a ser la que estaría inscrita sobre su sepulcro; "ella no estará para la efeméride de su nacimiento". Pocos segundos puede durar un estallido, una convulsión, una metamorfosis, un proceso, así sucedió con el trayecto del artefa